martes, 14 de abril de 2009

Mariana Blues

Por Julián Reyna
No sé qué es lo que más me gusta de Mariana. Siempre tan ella, tan ida, tan Mariana: su figura blanca, piel hialina que revolotea distante y no se detiene; siempre bailando, soñando, como un palpitar constante entre la música, en el aire volátil que me rodea. El bajo aturde, resuena y elimina razones, pensamientos, me desconecto de todo, de la gente, de ella, de mí mismo, qué cosa tan fuerte, qué cosa tan buena.
A Mariana la vi por primera vez en una fiesta. Música penetrante que te envuelve y no te deja respirar sin consumir un poco de su tacto, borrachera, música, ruido. El flaco, bien estallado; yo, un poco tristongo. Suele sucederme, mientras los demás fluyen y se envuelven, yo, pienso, observo; me cuesta, me cuesta bastante dejarme llevar, pero así me gusta, cada instante que pasa lo envuelvo en celofán, lo examino y analizo en mil partes. Quién dice que la tristeza no puede valer más que cualquier otro sentimiento. Melancolía, dolor suave, eterno, dolor por dentro, me gusta. Humo, nubes de humo y sudor entrelazadas, sauna lleno de figuras que se mueven, deliran y disfrutan de la música; estallido de mil conciencias, voladas al unísono cuando las notas suben más de la cuenta, más de lo soportable. Adiós pues me dice la cara del flaco con gestos entre doloridos y extasiados. Me muevo entre la gente, empujo, deambulo y empujo de nuevo, qué mierda esto tan lleno, pero así es mejor.
Qué frío hace aquí afuera, la gente fuma. Me dan ganas pero el cigarrillo nunca me ha gustado: es el humo, parece calientico, como si de chupar te calentara. Qué buena vista pero qué frío; este balconcito me gusta aunque está repleto, y yo, bien solo, dónde estará el flaco; mejor me quedo un rato y luego lo busco. Abro los ojos, su rostro frente al mío, qué hace aquí, conmigo. Hola, me dice. Siéntate pues. Gabriel, y vos…Mariana. Me quita el frío, la soledad, me comenta sus cosas mientras la gente baila, se agita y se funde con la música que me llega lenta, lejana, mientras sus labios, sus ojos y su pelo en movimiento me calan hondo, tan cerca de mí, tan cerca, que su aroma fiesta, aroma ella, toda ella me penetra. Salimos, sin palabras, sin el flaco, sin la fiesta, para no creer pues. Caminamos, en silencio, con el cielo raso bogotano y la calle dormida. Mi casa, mi cuarto, mis sábanas y Mariana. Cómo la deseaban ya sin conocerla y yo, victorioso, nervioso, contento, en fin, enmarianado.
Flaco cabrón, conocí a Mariana. Sí, Mariana, la nenita que me gustaba, ¿se acuerda?, la noche esa en que nos perdimos entre tanta gente, qué fiesta, flaco. Me dejó roto, sin saber más de ella que su cuerpo, sus besos, sus calores, flaco. Sí, yo sé, la voy a volver a ver uno de estos días, pero me duele, me duele Mariana, me sabe a ella y no puedo dejar de pensarla. Sí, yo sé flaco, la melancolía, esa maldita que no me deja ni para ir al baño, pero qué hago flaco, me duele siempre, siempre.
La busco, entre la gente, entre la música, en los baños, recovecos, la busco. El flaco, en su cuento; yo, en mi cuento; la gente, en su cuento, pero en fin, todos juntos, todos revueltos. Sudor, calor, música y más calor, más sudor pero nada de Mariana, qué mierda. El flaco sonríe, se ve contento y yo, no tan fresco, no tan contento, un poco triste, un poco de lado, en fin, yo. De Mariana nada, su figura nada, su color nada. Por eso espero, por eso vengo con el flaco; mientras el sonido aturde, el sudor corre y la gente baila, yo, enmarianado ando, esperando a que ella me encuentre y me saque de mi soledad fiesta, mi soledad ruido, mi soledad noche.

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